Limpieza de los dientes en el siglo XVIII
He recogido y transcribo literalmente los conocimientos que expone Francisco Villaverde, Cirujano de la Armada Española y Secretario del Colegio de Cirugía de Cádiz en su obra “Operaciones de Cirugía”, que fue libro de texto en los Reales Colegios de Cirugía y en muchas universidades de España.
Francisco Villaverde escribe sobre la limpieza de los dientes en su obra “Operaciones de cirugía” publicada en Madrid en 1788 lo siguiente:
“ El esmalte de los dientes es propenso a cubrirse de sarro que suele formar costras duras, lívidas y obscuras, las cuales se insinúan entre las encías, excitan fluxiones, aflojan los dientes, los privan de su hermosura y dan mal olor al aliento. Las gentes primorosas que se esmeran en la conservación de tan útiles instrumentos se los deben limpiar en reconociendo este defecto.
Para esto los Dentistas usan varios instrumentos en forma de descarnadores, buriles, de legras de distintas figuras, de limas con las cuales quitan las costras sin lastimar las encías, raspan la superficie de dientes y muelas. Liman las puntas desiguales si las hay. Después se hacen buches con algún cocimiento abstringente para fortificar las encías si se reconocen flojas.
Además de las referidas precauciones para conservar todo aseo, se lavará la boca por la mañana y después de comer con agua natural, frotando con un dedo los dientes para desprender el gluten que los alimentos le comunican, y así se preservan de corrupción y de dolores. También se limpiarán de sobremesa los fragmentos de los alimentos que se insinúan en sus intersticios con un palillo, viznaga o pluma, evitando alfileres o cuerpos muy agudos que destruyan los vasos de las encías
Todas las semanas se limpiará la dentadura, frotándola con un dentífrico que dé mas realce a su blancura y se desprenda todo el sarro. Algunos se sirven de la sal común disuelta en zumo de limón; es excelente cuando estando las encías flojas
Se evitarán drogas acres, capaces de alterar el esmalte de los dientes. Los mas seguros y suaves son: Polvos absorbentes de nácar. Polvos de ojos de cangrejo. Polvos de asta de ciervo. Se añade un poco de mirra, iris de Florencia en polvo y algunas gotas de esencia de canela o de clavo para grato olor.
Si las encías están muy flojas se añade a los polvos antedichos algunas gotas de espíritu de sal, de vitriolo, de cochlearia, el coral rubor y la sangre de drago.
Si los dientes están muy negros es remedios muy eficaces blanquearlos con la sal de espuma y la ceniza de tabaco, pero no se debe continuar su uso porque altera el esmalte. Lo mismo sucede con el abuso del espíritu de sal y del vitriolo.
Para usar estos remedios se moja un trapo fino en agua, se cogen con él los polvos y se frota la dentadura todos los días hasta que se recupere la blancura, porque después basta una vez en la semana; en lugar del trapo se puede usar una esponja o la raíz de Atbea preparada, la cual forma una especie de cepillo, este se moja, se toma con él el dentífrico y se frota del mismo modo. De los polvos referidos se puede hacer una opiata con algún extracto antiscorbútico y la miel rosada.
Si exhala mal olor la boca y el daño de los dientes fuera universal y no se deben correr los riesgos de extracción, mas vale paliar este defecto trayendo en la boca un poco de canela o tomando sobre la comida anises, que corrijan aquel mal olor y no diriman las apreciables conexiones de la sociedad.»
Francisco Villaverde La Villa. Fue un destacado cirujano de la Armada Española, nacido el 30 de marzo de 1738 en Pola de Siero, Asturias. Se formó en el prestigioso Real Colegio de Cirugía de Cádiz, fundado por Pedro Virgili. Fue considerado uno de los mejores alumnos y le conceden una beca junto con Diego Velasco para ampliar sus conocimientos en París con cirujanos renombrados como François Morand y Henri Le Dran con la misión de conocer y traer instrumental quirúrgico moderno para el Colegio de Cirugía de Cádiz y escribir un tratado que sirviera de texto a los alumnos de los Reales Colegios
Posteriormente formó parte como cirujano mayor de la expedición a Indias mandada por don Pedro Ceballos contra los portugueses. Volvió a España en 1766 y se le destinó de profesor al colegio de San Fernando. Más tarde fue profesor y secretario del Colegio de Cádiz, en el que profesó durante muchos años.
Se casó con la hija de Francisco Canivell, médico militar de la Armada y destacado cirujano, obstetra, oftalmólogo y litotomista. Discípulo de Pere Virgili.
Escribió la obra “Curso teórico-práctico de operaciones y Cirugía”, en colaboración con Diego Velasco. es un texto fundamental en la historia de la cirugía en España. Publicada por primera vez en 1763 y se realizan dos ediciones en este año. Tercera edición en 1780. La cuarta edición fue en 1797 y la quinta edición en1807
Francisco Villaverde realiza una refundición y ampliación de esta obra como autor único porque había muerto años antes su colega y amigo Diego Velasco. Realiza un texto actualizado y le denomina “Operaciones de Cirugía”, el titulo completo es: “Operaciones de cirugía, según la más selecta doctrina de antiguos y modernos. Dispuesta para uso de los Reales Colegios” (1788). Figurando el solo como autor: Don Francisco Villaverde, Primer ayudante de Cirujano Mayor de la Armada, Maestro y Secretario del Real Colegio de Cirugía en Cádiz. Publicada en 2 tomos en Madrid en 1788
Entre sus características principales, destaca por ser un curso teórico-práctico que aborda las operaciones quirúrgicas con un enfoque detallado y sistemático. Además, su contenido refleja los avances de la época y busca formar cirujanos con una sólida base técnica y científica.
En el siglo XVIII, los instrumentos médicos reflejaban los avances de la época y la transición hacia una medicina más científica. Entre los instrumentos quirúrgicos más comunes se encontraban bisturíes, sierras para amputaciones, fórceps obstétricos, pinzas y agujas para suturas. Estos instrumentos solían estar hechos de acero y, en ocasiones, tenían mangos de madera o marfil.
Un aspecto interesante es que muchos de estos instrumentos eran diseñados específicamente para tratar enfermedades concretas o realizar operaciones específicas. Además, los médicos y cirujanos de la época a menudo inventaban o adaptaban herramientas para mejorar los resultados quirúrgicos. Los inventarios de hospitales de la época muestran que los instrumentos se guardaban en cajas forradas de tela y se revisaban periódicamente para garantizar su funcionalidad